Los ​niños tontos 3 csillagozás

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Dentro de su labor como escritora de cuentos la maestria de Ana María Matute queda patente en Los niños tontos, obra compuesta por veintiún relatos breves, que apenas rebasan un folio cada uno, pero cuya brevedad en la extensión queda compensada ampliamente por la gran riqueza narrativa que encierran, entremezcla de realismo y poesía cuidad hasta el extremo.
Como ha dicho algún critico, estos cuentos, dedicados a niños alegres en un mundo triste (o a niños tristes en un mundo que parece alegre), componen algo así como una gran pintura impresionista, serenamente bella.
En el libro se insertan ilustraciones realizadas especialmente por el pintor José María Prim.

Eredeti megjelenés éve: 1956

Tartalomjegyzék

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Destino, Barcelona, 2016
144 oldal · puhatáblás · ISBN: 9788423351121
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Destino, Barcelona, 1984
82 oldal · puhatáblás · ISBN: 9788423309580

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Ana María Matute: Los niños tontos

Pero el grito de los vencejos agujereó la corteza de luz, el color que era distinto a todas las cosas, y aquel año, nuevo, verde, tembloroso, huyó. Escapó por aquel agujero, y no se pudo cumplir.

Bár négy történettel már találkoztam a kötetből (El árbol de oro y otros relatos), mégis mellbevágó élmény volt. Némelyik egyperces (bár a nagy része inkább csak fél perces, s van egy-két egy oldalnál terjedelmesebb novella is benne) vége még Ana María Matutétól is szokatlanul kegyetlen. A nyelvezete ugyanakkor továbbra is spoiler gyönyörű, mondhatni lírai, a korai regényeivel ellentétben későbbi kisprózájában jelentkező tömörség és letisztult stílus jellemzi, amikor az írónő, mint egy impresszionista festő, néhány ecsetvonással ragadja meg, s égeti emlékezetünkbe a világról és az emberekről alkotott gondolatait. A polgárháború és a posguerra nyomasztóan szürke, kilátástalan világa mindig is meghatározó lenyomatot hagyott Ana María Matute korai munkásságán, de az e kötetbe válogatott írásoknál még egy fokozattal feljebb kapcsolt: helyenként még tőle is szokatlanul letaglózó befejezésekkel találkozhatunk. Mindezt talán enyhítheti, hogy a kötetben található történetek egyértelműen szimbolikusak (sok esetben többféleképpen is értelmezhetők); főszereplőik nem konkrét hús-vér gyerekek, hanem különböző archetípusok.

A kötetben szereplő alkotások meglehetősen egyenletes színvonalat képviselnek, én mégis kiemelnék néhányat, melyek a leginkább megragadtak engem:

La niña fea (A csúf kislány) spoiler
El año que no llego (Az év, mely nem teljesedett be) spoiler
El árbol (A fa) spoiler
El niño que encontró un violín en el granero (A fiú, aki egy hegedűt talált a pajtában)
La sed y el niño (A szomjúság és a fiú) spoiler
El niño al que se le murió el amigo (A fiú, akinek meghalt a barátja)
Mar (Tenger)


Népszerű idézetek

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    El niño que tenía sed iba todas las tardes, con su pan y su chocolate, hasta la fuentecita redonda del surtidor. Alrededor de la fuente la tierra olía húmeda, con huellas de pájaro. El niño que tenía sed abría la boca sobre el surtidor y el agua le cosquilleaba el paladar. Le borraba el chocolate, el pan, y la hora de la merienda.
    Una tarde, el niño que tenía sed no encontró agua. Empezó a buscar y rebuscar en el caño oxidado de la fuente, que le miraba con su único ojo ciego, muy triste. En torno, la tierra estaba seca, como el paladar del niño, y los pájaros piaban dando saltos, llenos de irritación.
    — ¿Qué se hizo del surtidor? — preguntó el niño, con ojos severos.
    — Se lo llevaron los hombres — dijo el pájaro gris, el más áspero —. Lo condujeron a otro lado, y nunca, nunca
volverá.
    El niño que tenía sed fue todas las tardes con su paladar seco, lleno de polvo, a mirar el ojo vacío de la fuente. Poco a poco, el niño palidecía. No bebía agua. «Este niño tonto se morirá de sed», decían los hombres, las mujeres. Los perros le miraban con ojos llenos de antigüedad y ladraban largamente: «Este niño tonto se morirá de sed». En cambio, los pájaros no parecían tener motivo alguno de tristeza. Todas las tardes le rodeaban, nerviosos, con ojos redondos y brillantes de alegría salvaje.
    El niño se volvió ceniza. Sólo era un montoncito de sed. El viento lo esparció, lejos. ¡Quién sabe adónde lo llevaría!
    Después, llegaron los hombres y arrancaron el pilón de la fuente. Los pájaros, como un presagio, se escondieron en las ramas de los árboles.
    Al día siguiente, el agua brotó del suelo, furiosa, en surtidor muy alto. Ocultos entre las ramas y las hojas, los pájaros movían a uno y otro lado sus negras pupilas. Oyeron la voz del niño tonto. Decía, con grande, con dulce y solemne severidad:
    — ¿Quién se llevó el pilón de la fuente, la boca sedienta y vacía de mi fuente?
    Nadie pudo acallar su voz. El gran surtidor bajó al suelo, alargándose, sin que nadie pudiera detenerlo. La voz del niño tonto que tenía sed bajaba, bajaba todas las tardes, todos los días. Abríase paso, entre árboles y niños que comen pan y chocolate, a las seis y media; a través de la reseca tierra, como un gran paladar, hasta el océano.

La sed y el niño

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    Todos los días, cuando volvía del colegio, el niño que soñaba miraba aquella gran ventana del palacio. Dentro de la ventana había un árbol. El niño no lo podía comprender, y ni siquiera en sueños podía explicárselo. Alguna vez le decía a su madre: «En ese palacio, dentro de la habitación, al otro lado del cristal de la ventana, tienen un árbol». La madre le miraba con ojos serios y fijos. De pronto, parecía que tenía miedo, y le ponía la mano en la cabeza: «No importa, niño», le decía. Pero el recuerdo del árbol perseguía al niño fuera de sus sueños. «Vi el árbol ayer por la mañana y ayer por la tarde, dentro de la habitación. Los de ese palacio tienen un árbol en el centro de la sala. Yo lo he visto. Es el árbol gemelo del que vive en la acera, dentro de su cuadrito de tierra, entre el cemento. Sí, madre, es el árbol gemelo, les vi ayer hacerse muecas con las ramas». Como no podía ya pensar en otra cosa, hasta sus sueños le abandonaron. Cuando llegaron los días sin mañana, sin tarde, ni noche, cuando la mano de la madre se quedaba mucho rato en su frente, para frenar su pensamiento, el niño buscaba afanosamente en el suelo de su cuartito y debajo de la cama: «Tal vez el árbol me vaya buscando por debajo de la tierra, y vaya empujando la tierra, y me encuentre». El miedo de la madre le llegaba al niño a la garganta y sus dientes castañeteaban. «No importa, niño».
    Por fin, un día, vino la noche. Entró en el cuarto y se lo llevó todo. «Madre, qué árbol tan grande», dijo el niño, perdido entre sus ramas. Pero ni siquiera oía ya la voz que repetía: «No importa niño, no importa».

El árbol

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El niño debía cumplir un año. Salió a la puerta y miró el borde de las cosas, donde se puso una luz de color distinto a todo. «Voy a cumplir un año, esta noche, a las diez», dijo. La luz se hizo más viva, extendiéndose, llenando la corteza del cielo. El niño tendió los brazos y empezó a andar, torpemente. Tenía, sujeto a cada pie, un saquito de arena dorada. Oyó el grito estridente de los vencejos Subían, como una salpicadura de tinta, hacia aquella luz hermosa. «Voy a cumplir un año, esta noche, a las diez». Pero el grito de los vencejos agujereó la corteza de luz, el color que era distinto a todas las cosas, y aquel año, nuevo, verde, tembloroso, huyó. Escapó por aquel agujero, y no se pudo cumplir.

El año que no llegó

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La niña tenía la cara oscura y los ojos como endrinas. La niña llevaba el cabello partido en dos mechones, trenzados a cada lado de la cara. Todos los días iba a la escuela, con su cuaderno lleno de letras y la manzana brillante de la merienda. Pero las niñas de la escuela le decían: «Niña fea»; y no le daban la mano, ni se querían poner a su lado, ni en la rueda ni en la comba: «Tú vete, niña fea». La niña fea se comía su manzana, mirándolas desde lejos, desde las acacias, junto a los rosales silvestres, las abejas de oro, las hormigas malignas y la tierra caliente de sol. Allí nadie le decía: «Vete». Un día, la tierra le dijo: «Tú tienes mi color». A la niña le pusieron flores de espino en la cabeza, flores de trapo y de papel rizado en la boca, cintas azules y moradas en las muñecas. Era muy tarde, y todos dijeron: «Qué bonita es». Pero ella se fue a su color caliente, al aroma escondido, al dulce escondite donde se juega con las sombras alargadas de los árboles, flores no nacidas y semillas de girasol.

La niña fea


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